La ciudad en pedazos

Este lamentable mandato que toca a su fin está poniendo en evidencia, cuando apenas le quedan semanas, el absoluto déficit de gestión del actual bipartito gobernante en Pamplona, sin que se libren los anteriores socios, Aranzadi e Izquierda Ezquerra. Años en los que la ciudad se ha ido ensuciando y deteriorando paulatinamente, esperemos que de manera reversible. Mucho trabajo van a tener los que entren para poner en orden este desaguisado.

No hay más que ver el clamor popular y vecinal, a tenor de las quejas registradas en el teléfono de atención ciudadana. La ciudad está sucia y descuidada. Y esta queja viene motivada, no tanto porque esa suciedad pueda llegar a ser insoportable [el ser humano se adapta a cualquier ecosistema, por deteriorado que esté], sino porque estábamos acostumbrádos al primer nivel entre las ciudades europeas.

Lo mismo se puede decir de los parques, jardines, e incluso de las sencillas jardineras que bloquean los paseos peatonales. Árboles secos, talados o no repuestos, alcorques abandonados a los hierbajos con peregrinas excusas como la de las mariquitas, jardines efímeros que sirve para una rueda de prensa, pero una vez consumada su “amable” condición efímera, son abandonados a su suerte durante diez u once meses, hasta que vuelven a recuperar su condición de efímeros. Eso sí, diez meses hechos un erial. U otoñales hojas sin recoger durante semanas.

Podemos seguir con el absoluto abandono de las inversiones en reasfaltados o renovación de aceras, siendo un ayuntamiento que ha acabado intervenido por el Gobierno Foral, no por gastar o invertir demasiado, sino por no poder ejecutar sus inversiones previstas, eso sí, para luego presumir de amortizar deuda. Qué remedio, a la fuerza ahorcan, si no has sido capaz de invertir lo presupuestado, el excedente va, por ley, a la amortización de dicha deuda.

O, perdónenme la expresión, la forma de “caga poquicos” con que han ejecutado Pio XII o la “amabilización” palabro que constituye un auténtico oxímoron que ellos mismos utilizan para definir su actuación, ejecutando solo lo malo y dejando para nunca las auténticas medidas que hubieran podido mejorar la ciudad. Carriles bici llenos de baches, obstáculos y peligrosísimos cruces, yo mismo soy ciclista habitual y lo puedo comprobar casi a diario. O esos surrealistas carrilitos peatón del Paseo de Sarasate que, si me permiten la disgresión, sólo he visto utilizar a un numeroso grupo de turistas japoneses, que circulando por la acera, observaron la señal pintada en el suelo y en consecuencia abandonan la acera para caminar disciplinadamente por el asombroso carril, en una demostración total de su disciplinada sociedad.

Y a todo esto hay que añadir otro hecho, quizá no tan global, pero sí lo suficiente como para ser enormemente dañino para la ciudad. Recuerden ustedes cuando Pamplona no tenía ascensores urbanos. Es lo mismo que aquel anuncio en el que dos jóvenes hablan de un pasado en el que no existía internet o no había móviles. El 100 % de los ascensores urbanos fueron construidos o proyectados con gobiernos municipales de UPN. Tan solo los de Concepción Benítez o Mendillorri, proyectados en el anterior mandato han sido construidos en este [El de Mendillorri a trancas y barrancas y con muy pocas ganas, por un gobierno que no hacía más que dar largas]. Hasta en esto la zafiedad gobernante ha metido la pata. Como describe magistralmente Pérez Reverte, la falta de carena y mantenimiento de nuestra imperial flota, dio con ella en el fondo del mar, o la encalló en sus puertos, gestionada por torpes gobiernos ocupados en cuestiones laterales o en engordar a sus afines. Algo parecido puede decirse de esta formidable flota de ascensores que heredaron estos incompetentes. Cuatro años de abandono han dado al traste con su prestigio. Cierres constantes de su buque insignia en Descalzos, intermitencia y abandono en Lezcairu o San Bartolomé, y este colofón de semanas de cierre sin horizonte de apertura en el Grupo Urdánoz. Me recuerda a aquel viejo chiste del infierno alemán, y en este caso el pamplonés, y la genial excusa de uno de los condenados ante la obligación diaria de pintar de mierda las paredes y el techo y volverlo a limpiar sin solución de continuidad hasta la eternidad: “unos días no hay cubos, otros faltan las escobas, otros no hay mierda” y mientras tanto todos jugando al mus. Y la ciudad por el despeñadero. Y aún tiene la cara dura, el concejal encargado del mantenimiento, de excusarse en que no puede con la herencia de UPN. No miente el concejal, es evidente que no puede.

Y como guinda de este amargo pastel, colocada en todo lo alto, como los muñequitos de parejas de novios en la tarta nupcial, la pasarela de Labrit, abandonada a su óxido y sin mantenimiento desde hace casi cuatro años, esperando a que la derriben. Espero que no traigan de Madrid a ningún iluminado que proponga derribar el ascensor de Urdánoz y su también espectacular pasarela.
No bastará un “Jesucristo” resucitando a Lázaro para volver a poner a Pamplona en el lugar que le corresponde, tomen nota, si tienen a bien.