Jugador de chiquita

En el mus puede encararse la mano de varias maneras. Cuando entran malas cartas, el jugador puede ponerse de perfil y perder lo menos posible o puede ponerse farruco y sacar algunos tantos a base de asustar a los contrarios aunque eso puede acabar con “más perder”. Pueden darse muchas circunstancias, tratar de juntar figuras, buscar “treinta y unas” (o como se escriba), ir a por unos buenos pares o si hay suerte, a “grande”. Pero jamás hay que intentar una buena jugada a “pequeña”. ¿Para qué? Ni vas a poder ir a pares, ni a grande, ni a juego. Te van a dar hasta hartar. A pequeña solo se juega a la desesperada, únicamente si ves el campo abandonado o si te han cortado con dos “pitos” y te ves con ganas de un poco de follón.
Viene esto a cuento de los “grandes cambios” para la “amabilización” del Ensanche, las restricciones al tráfico en el Casco Antiguo y la movida que se prevé para Pio XII. Es típico de un novato empeñado en juntar una buena jugada a pequeña.
La ciudad es un ecosistema en el que conviven en equilibrio múltiples factores e intereses y, en todo caso, siempre personas, cada uno con su rol y su papel. Vecinos, comerciantes, consumidores, turistas, trabajadores o simplemente paseantes o inofensivos observadores de la vida y el trabajo de los demás. Y todos utilizan para el ejercicio de su actividad los medios que tienen más a mano, por ser los más cómodos, los más baratos, los más atractivos o por una combinación más o menos equilibrada de estos factores, o de otros, a veces no tan visibles.
La clave del éxito de la especie humana es su absoluta capacidad de adaptación a cualquier ecosistema y esa característica se pone de manifiesto en el funcionamiento de cualquier ciudad. No hay más que ver cómo funcionan las grandes urbes orientales o sudamericanas. Los humanos siempre se adaptan.
Para transformar una ciudad hay que apostar, siempre, fuerte. No valen las medias tintas. Y desde luego, hay que hacerlo con el consenso de los representantes democráticos de la sociedad y de los agentes que la vertebran. Fue así el proceso de la Avenida de Carlos III o el de la transformación, todavía inconclusa del Casco Antiguo, y me atrevería a decir que también el de la Plaza del Castillo, únicamente boicoteada por lo que siempre han estado en contra de todo progreso, léase TAV, Itoiz, canal, autovía, etc.
Y esa transformación supondrá un nuevo ecosistema que exigirá una adaptación de todos y si se ha hecho con una buena planificación, con medios y con visión de futuro supondrá un éxito global, aunque por desgracia, también supondrá la extinción de aquellos que no consigan adaptarse. Habrá que trabajar para ayudar a los “extinguibles” a reciclarse y transformarse y no dejar a nadie en la cuneta.
Para avanzar en la transformación de Pamplona, para prepararla para el futuro, tanto desde el punto de vista de la movilidad, de la accesibilidad o de la habitabilidad, para crear un nuevo ecosistema urbano más sostenible y más eficiente, y por supuesto más habitable, donde el porcentaje de ventajas y fortalezas supere al de las debilidades e inconvenientes, hay que jugar todas las cartas con valentía. Pero antes hay que acabar el trabajo que otros iniciaron con esa valentía de la que hoy, los actuales gobernantes de Pamplona carecen.
Antes de pensar en nuevas trasformaciones hay que zanjar aquellas que la crisis aplazó. Y me refiero a culminar el proceso de reurbanización del Casco Antiguo. ¿A que vienen experimentos en el entorno y en el Ensanche si aún no se han reurbanizado la Calle Jarauta o San Francisco? Empiece por ahí, señor alcalde. ¿Cómo es posible que termine destinando 20 millones de euros a amortización de deuda por inejecución presupuestaria y no haya siquiera pensado en acabar esta monumental obra? Piense el lector que este gran proyecto se inició en tiempos del tripartito del alcalde Chorraut (CDN, PSN e IU) y lo desarrolló la alcaldesa Barcina. Asirón podría haber pasado a la historia municipal como el alcalde que remató este gran proyecto pero su obsesión por la “chiquita” la va a dejar en la cuneta de esa historia.
Y mientras remataba esa faena, debería haber apostado fuerte por el Plan de Movilidad Urbana Sostenible que prepara la Mancomunidad y no embarrarse en una jugada de “pitos” y ”doses”, dejando el Primer Ensanche hecho un erial y amenazando con un órdago a pares en Pio XII con los dos “pitos” de antes.
La movilidad urbana en Pamplona debe resolverse con una operación global que equilibre a los municipios colindantes, también implicados en una conurbación que debe mantenerse en equilibrio. A estas alturas, para intervenciones que merezcan la pena en este campo, debemos pensar en toda el área metropolitana, y no contentarnos con chapucillas a pequeña escala que únicamente suponen “extinciones” a cambio de nada. Entorpecer y entorpecer el tráfico, peatonalizar a base de “carrilitos peatón” o exhibir como trofeo 150 metros de carril bici paralelo a una zona peatonal de gran anchura por la que también pueden circular bicicletas no es más que una ridícula juagada a chiquita.
Señor alcalde, métaselo en la cabeza, lo sabe todo el mundo: jugador de chiquita, perdedor de mus.