Reconquistar los Sanfermines en positivo

Llegó el Pobre de mí y los Sanfermines de 2017 bajaron el telón, con los pamploneses esperando ya la llegada de las fiestas del año que viene. Sin embargo, queda en el ambiente la sensación de que estos han sido unos Sanfermines distintos, vapuleados  de forma amarillista e irresponsable por algunos medios nacionales y malamente defendidos por el Ayuntamiento.

No estamos, ni de lejos, ante una crisis que avecine el declive definitivo de nuestras fiestas, pero sí frente a una situación difícil que requerirá la participación de todos los pamploneses, no sólo de sus instituciones, y obligará a una reflexión sobre la realidad actual y el futuro de las fiestas de San Fermín.

Conocemos las consecuencias y hemos comenzado a sufrirlas ya este año. No debemos centrarnos sólo en la cifra de visitantes, que este año se ha reducido según datos de ocupación hotelera un 5%, sino comprender que, con semejante campaña negativa, los únicos que van a querer venir a Sanfermines serán aquellos que busquen el deforme esperpento que se muestra en televisión: desenfreno absoluto sin normas ni límites.

Frente a esta situación, no cabe una estrategia cerril, infantil y a la defensiva como la protagonizada por Asirón, que viajó en junio a Madrid a echar una regañina a los periodistas, mientras es el propio Ayuntamiento el que ha decidido centrar sus mensajes en lo más negativo de nuestra fiesta. Lamentablemente, el resultado, está a la vista de millones de espectadores. Y de decenas de miles de pamploneses cabreados.

Para explicar su ‘Teoría de los marcos mentales’ el investigador de Lingüística Cognitiva de Berkeley George Lakoff sostiene que Nixon perdió la Presidencia no por la Guerra de Vietnam o por el caso Watergate, sino el día que afirmó “yo no soy un ladrón”. En ese momento aceptó, sin darse cuenta, todo aquello que sus rivales afirmaban; institucionalizó el ‘marco’ que la oposición había creado. Se convirtió, efectivamente, en un ladrón a ojos de la opinión pública.

Lo mismo ocurre con los Sanfermines. Hemos centrado tanto la comunicación institucional en lo más repugnante y negativo de nuestras fiestas, aunque sea para negarlo y desterrarlo, que ahora sólo se habla de eso; que ahora los Sanfermines parecen solo eso.

Las violaciones y los abusos han de ser perseguidos, denunciados y castigados con dureza. Y, evidentemente debe crearse una conciencia pública que rechace ese tipo de conductas, aísle a los agresores, y arrope a las víctimas. Pero no pueden convertirse en el elemento principal de las fiestas como ha sucedido este año.

Es necesario un esfuerzo colectivo de todos los que queremos a Pamplona por recuperar la imagen de los Sanfermines nacional e internacionalmente. Para ello es indispensable poner en valor lo verdaderamente diferencial de nuestras fiestas, aquello que las hace distintas a cualquier otra.

En muchas fiestas hay cubatas, juerga hasta altas horas de la mañana o txoznas extremamente politizadas como las de los amigos del alcalde. Sin embargo, como reza el Vals de Astráin, las nuestras “son en el mundo entero, unas fiestas sin igual”.

Lo que conquistó a Hemingway, Orson Welles, Arthur Miller, Inge Morath o los Premio Nobel Vargas Llosa o Derek Walcott no fue el kalimotxo sino esa mágica y entusiasta conjunción de alegría, hermandad y tradición que vivimos cualquier pamplonés (da igual si somos hombres o mujeres, mayores o chavales, casados, solteros, padres, con hijos o sin hijos) y quienes nos visitan.

Sobre estos valores ha de construirse el relato de los mejores nueve días del año: sobre nuestros queridos encierros, que tienen su origen ya en el siglo XVI, y toda nuestra tradición taurina (la de la mañana y la de la tarde); sobre los Gigantes y Cabezudos, con antecedentes ya en 1600;  sobre los fuegos, el aperitivo, la merienda en los toros con la cuadrilla… sobre tantos y tantos momenticos que cada uno guardamos en el corazón y pasamos con cariño de padres a hijos y, por supuesto, alrededor de la devoción que todos los pamploneses, de una u otra manera, sentimos por San Fermín.

Y por qué no, también alrededor de la fiesta en sí, que fulmina la monotonía de un año que en Pamplona no termina en diciembre sino en junio; con límites, pero hiperbólica, abierta y compartida, como lo es todo en Sanfermines.

Esta estrategia no puede quedarse en una campaña de marketing, porque a la larga la publicidad sólo funciona cuando es veraz, cuando detrás hay un producto real que responde a las expectativas creadas. Por eso es absolutamente necesario que cuidemos nuestras fiestas con mimo, preservemos con cariño lo que hemos heredado y trabajemos en aquello que nos une y no en los politiqueos y obsesiones que nos separan.

Políticos e instituciones al margen, la reconquista en positivo de los Sanfermines debe ser protagonizada por la sociedad civil, por la gente de a pie; por todos aquellos que amamos nuestra ciudad y nuestras fiestas: por los Pamploneses y también por muchas personas que vinieron un año y, enamoradas sin solución de su esencia, ya no han dejado de volver. Debemos ser los primeros defensores y embajadores de nuestra fiesta. Las campañas institucionales ya vendrán.