Okupas y auto gestión

De las bajeras (o locales de ocio) que hay registradas en Pamplona el 100 % de ellas está auto gestionada, ninguna de ellas bajo el amparo del ridículo acuerdo de convivencia que propone la actual ordenanza que las regula. La mayoría generalmente inscritas a nombre de uno o dos de los promotores, que figuran como responsables ante los posibles desmanes derivados de su uso. Este tipo de locales constituyen uno de los mayores éxitos de la auto gestión “de toda la vida”. Los socios ponen la pasta, hacen un fondo, con ello pagan los gastos (alquiler, luz, agua, residuos, etc.), realizan reuniones periódicas para dar cuenta de los gastos y calcular las nuevas cuotas. Y así desde siempre. Pura auto gestión.

Pero no son los únicos. La mayoría de las pequeñas licencias de actividad se conceden a autónomos. Y cuál es el “modus operandi” autogestionario de los autónomos. Darse de alta en el IAE, en la Seguridad Social, hacer las correspondientes declaraciones de IVA, retenciones e IRPF, pagar todos esos impuestos, además del alquiler, la luz, el agua, los residuos, etc. Y luego, en función del éxito de su actividad, auto gestionarse los beneficios para pagar el colegio de los niños, el alquiler o hipoteca de su vivienda, los correspondientes seguros, comprar la comida diaria, la ropa, y si llega, unas exiguas vacaciones, cortas, que cada día que el autónomo auto gestionado pasa sin trabajar, gasta y no gana, y ya se sabe que “quita y no pon, se acabó el montón.”

Y con esa modalidad autogestionaria ha funcionado la sociedad desde el principio de los tiempos. Ya era así en Mesopotamia, en Egipto, en la antigua Grecia, en Roma, en la Europa medieval, en el Renacimiento, y así hasta nuestros días. Pero en estos tiempos modernos asistimos a una nueva modalidad autogestionaria que, además, se ha apropiado en exclusiva del término.

Esta novedosa modalidad de auto gestión consiste fundamentalmente en crear un “kolektibo”, por supuesto sin norma escrita alguna, sin responsable que dé la cara, ni normas específicas escritas, estatutos o cualquier otra forma de organización. Tan sólo una asamblea que alguien convoca cuando lo cree necesario (es decir, cuando le conviene), en la que se toman las decisiones a mano alzada (es decir sin voto secreto) y por mayoría (no se sabe si simple, absoluta o cualificada), todo según convenga al que decide lo que conviene.

Una vez adquirida la legitimidad suficiente por estos procedimientos, se procede a la “okupación” del necesario espacio inmobiliario, de propiedad pública o privada, pero siempre ajena, sistema inicial que tiene la enorme ventaja de no requerir el abono del impuesto de actividades económicas (IAE), constituir una sociedad limitada o cooperativa, con el consiguiente y farragoso trámite de llevar una contabilidad, devengar impuestos, etc., pagar el repugnante y antidemocrático alquiler, etc.
Una vez “okupado” el correspondiente espacio inmobiliario, la autogestión se extiende a la ejecución de obras sin licencia, sin garantidas sobre las susodichas obras, sin necesidad de OCA, certificados de instaladores, OCT, proyectos y direcciones facultativas, certificados energéticos, ITE, o cualesquiera otros documentos imprescindibles para el resto de las modalidades autogestionarias.

Y una vez superados todos estos obstáculos, el moderno autogestionario puede disponerse para el ejercicio de las actividades que hubiera menester, en función de las decisiones de la asamblea antes mencionada. En el bien entendido que están, por su propia naturaleza, exentos de cualquier limitación, tipo saturación de licencias de hostelería en el Casco Antiguo, normativa de protección contra incendios, limitación a la ocupación, o cualquiera otra norma de obligado y general cumplimiento.

Pero, este procedimiento no está al alcance de cualquiera que intente aplicarlo. Para ello es absolutamente imprescindible contar con un exquisito pedigrí. Solo pueden acceder a él los “kolektibos” con la suficiente alcurnia y limpieza de sangre, entre los que se encuentran única y exclusivamente los afines a la extrema izquierda o al mundo abertzale. No sirve ser un grupo de amigos (con ideología declarada o sin ella), o una asociación sin ánimo de lucro, ni siquiera una ONG. Menos aún un emprendedor autónomo o asociado, o un tendero de toda la vida. Nadie que puede proceder de una sociedad más o menos estructurada. Tan sólo tienen acceso a este selecto procedimiento autogestionario las conspicuas y aristocráticas élites a las que me he referido antes. Punto. En este selecto club no cabe nadie más.