Movilidad eléctrica

Es evidente que la utilización de energías fósiles (petróleo, gas, y desde luego carbón) tienen un ciclo finito más o menos cercano. Aunque me vengan a la memoria las apocalípticas predicciones de hace 30 o 40 años, del tipo de Mad Max, o Blade Runner, años 80, por no salirnos del género cinematográfico, en las que en la época en la que vivimos actualmente deberían haberse dado ya unos cuantos apocalipsis que no han tenido lugar. Cuando el precio del crudo sube, por cuestiones geopolíticas o económicas, aparecen nuevos yacimientos, o nuevas formas de explotarlos que vuelven a abastecer el mercado, y cuando baja, la sociedad vuelve a recurrir a métodos más tradicionales. Pero el crudo, de momento, no escasea. Que se lo pregunten a Maduro y a su arruinada Venezuela, hundida en un negro pozo de miseria por la caída del precio del barril, además de por la propia incompetencia del tirano. Pero ello no obsta para que sepamos que tarde o temprano debamos liberarnos de su consumo, y no sólo porque algún día se acabará, sino porque su utilización masiva resulta altamente perniciosa para el medio ambiente.

La movilidad de personas y mercancías es uno de los agentes más afectados por este tipo de energías fósiles. Independientemente de que los vehículos destinados a este fin sean particulares, compartidos o públicos y colectivos, es obvio que habrá que optar por alternativas a esos combustibles fósiles, y hoy por hoy la más clara, limpia y cercana es la movilidad eléctrica. Los vehículos eléctricos presentan características inmejorables para la utilización de energías renovables, primero porque pueden conectarse a una red de recarga que permite la centralización de la producción de energía, más controlada y eficiente, y además accede de manera masiva a las renovables, ya que amortigua los ciclos de producción con su capacidad de almacenamiento, sobre todo nocturna. Piénsese en él inmenso parque móvil del planeta almacenando en sus baterías toda la energía eólica o marina que debe disiparse por la noche por falta de consumidores o métodos de almacenamiento.

Pero todo esto, que está muy bien, necesita, para pasar de las palabras a los hechos, de gobiernos capaces de implementar las medidas necesarias y de generar las infraestructuras suficientes para que esta gran transformación tenga lugar. Y después de estas estupendas consideraciones que, seguramente todos compartimos, viene la hora de la verdad. La hora de las decisiones y de las políticas activas, la hora de los resultados.

Nuestros actuales “aldaketako” gobernantes cuatripartitos, con la señora Barkos y el señor Asirón a la cabeza, no han parado esta legislatura de llenarse la boca con hermosas palabras y magníficos proyectos en los que nos anunciaban que, nada menos, se van a instalar en Pamplona 48 puntos de carga eléctrica al amparo del proyecto Sartdust. Una legislatura completa, 4 años, 48 meses. A cargador por mes. Con financiación europea y todo, como en los viejos tiempos, cuando construimos el parque de Aranzadi y el de Trinitarios, con el 80 % financiado por dicha Unión. Pero solo quedan dos meses de legislatura, y cuál es el saldo. En 46 meses cero cargadores nuevos. Pero no solo eso. En el año 2015 el “aldaketako” cuatripartito heredó del anterior equipo de gobierno municipal 9 cargadores; 2 en Navas de Tolosa (extraordinaria batalla, con decisiva intervención navarra, que cambió la historia de España); 2 en la Plaza de Merindades (división administrativa típica de Navarra); Uno en la plaza de la Estación (anacrónica infraestructura pendiente de la llegada del progreso, y del AVE); 2 en la calle Esquiroz esquina con Sancho el Fuerte (monarca legendario protagonista de la batalla anterior); uno en Arcadio Maria Larraona (ilustre teólogo y cardenal, también navarro) y el último en la avenida de San Ignacio (donde cayó herido el capitán guipuzcoano, fundador de los Jesuitas, defendiendo la capital frente a los hermanos de San Francisco Javier, ilustre jesuita, también).

Y de esos nueve, cuántos quedan hoy en servicio. Tan solo 3. Los 5 primeros fueron desmantelados inmisericordemente por el alcalde Asirón y el concejal Cuenca en 2016 (nadie sabe por qué), y el de la avenida de San Ignacio que se averió el pasado octubre y ahí sigue, abandonado a su suerte. Y esos 3 restantes esperan languidecientes una lamentable transformación. Merced a la incompetencia municipal van a pasar de ser casi gratuitos (una tarifa plana testimonial) a ser de pago. Y de pago de verdad, a casi el doble el kw de lo que se puede abonar en un domicilio normal.

Este es el triste saldo de la última legislatura. No solo un +48, sino un miserable –6. Literalmente para llorar. Y nos solo eso, se han pasado cuatro años viendo la manera de crear una sociedad comercializadora municipal de energía eléctrica (verde, se supone), con la que iban acabar con la pobreza energética local. Y de momento, a dos meses del final del mandato, no han conseguido superar el veto del Registro Mercantil, que les recuerda que un Ayuntamiento intervenido económicamente por el Gobierno de Navarra, como es el caso del de Pamplona, no puede crear nuevas sociedades mercantiles.

Toda una legislatura perdida, embarrada de fracaso en fracaso, pero que a tenor de sus ruedas de prensa pudiera hacernos creer que vivimos en el paraíso, cuando lo único que han conseguido es colapsar Pio XII y desertizar el centro de Pamplona, arruinando a sus comerciantes. Por no hablar de la aberración de la pasarela de Labrit (también fundamental para la movilidad), pero esa es otra historia.