La educación corresponde a las familias, no al Gobierno

“La educación será la obsesión del Gobierno que voy a presidir”, sentenció Barkos durante su discurso de investidura. Y los que la conocemos nos echamos a temblar.

Hoy, tres largos años después, los grupos de whatsapp de padres decenas de centros escolares echan humo después de confirmarse que el programa ‘Skolae’ será obligatorio para los alumnos de un centenar de colegios navarros este curso y para todos los demás en los siguientes.

Con la excusa del aumento de casos de gonorrea o sífilis, el gobierno Barkos, con el apoyo de los dirigentes del PSN, va a imponer a miles de familias una educación en supuestos valores que no comparten en absoluto eliminando de este modo su derecho a elegir libremente la educación de sus hijos.

Da igual el centro que, en base a tus convicciones, hayas elegido para tus hijos, público o concertado, religioso o laico, el Gobierno Barkos ha decidido que nuestros hijos piensen, por ejemplo, que el amor romántico no es más que una “reconstrucción burguesa sobre la base de una división de roles dentro de la pareja”.

De hecho, según las lecciones que va a imponer el cuatripartito en todas las aulas navarras, parece que el amor romántico es algo tóxico y a perseguir porque produce “imágenes idealizadas que sirven para perpetuar los desequilibrios de poder existentes, que favorecen la tolerancia de comportamientos abusivo” e impone unos cánones de belleza que “se convierten en formas de violencia”.

Da igual que el artículo 27.3 de la Constitución Española ampare y proteja el derecho de los padres a elegir la educación que quieren para sus hijos. Barkos ha decidido, por ejemplo, que nuestros hijos aprendan las maldades del “sistema capitalista heteropatriarcal” en el que se supone vivimos.

No importa el derecho a la libertad de enseñanza de los centros, porque todos los niños de entre 0 y 6 años van a recibir obligatoriamente lecciones sobre “reconocimiento y vivencia de la sexualidad infantil en el ámbito de la escuela y la familia (curiosidad, sexual, juegos eróticos infantiles…)”.

Quieran o no sus padres, a partir de los seis años deberán tomar “conciencia de la construcción social de los géneros: sistema sexo-género, patriarcado, socialización diferencial, estereotipos y mandatos de género”, por ejemplo.

De este modo, concuerde o no con las convicciones de sus familias, a los doce ya sabrán distinguir el amor romántico como una de “las causas de la violencia en adolescentes”. Y por fin, a los dieciséis podrán conocer lecciones de “autoanálisis de la relación con los mandatos de género y la configuración personal”.
Así, paso a paso, curso a curso, enarbolando falsamente la bandera de la libertad, van pisotear, precisamente, la de miles de familias.

La educación pública y concertada no puede convertirse en una herramienta con la que el gobierno de turno inocule su ideología a los más pequeños. No debe servir para el adoctrinamiento que pretende el cuatripartito.

Para fomentar valores comunes y necesarios como la igualdad entre hombres o mujeres o la libertad para que cada uno viva su sexualidad sin ser por ello discriminado o agredido en modo alguno, no es necesario imponer todos los capítulos de la controvertida ideología de género.

Porque el mundo en el que se forma mi hija Sofía no es heteropatriarcal, ni quiero que piense que todos los hombres “siguen depositando la centralidad de su propio proyecto vital en su ego laboral, en su desarrollo personal y en la desresponsabilización de las tareas de cuidado”, porque vive una realidad diametralmente opuesta.

Tampoco quiero que crea que vivimos en un sistema que ha provocado la “sumisión de las mujeres en todos los ámbitos de la vida”. Al contrario, tiene cinco años, una madre cirujana, y ya sabe que “¡las chicas son más valientes que los chicos!”.

Y mi hijo Gonzalo, a sus tres años, no tiene por qué pensar que los hombres manifiestan “una evolución muy limitada hacia un compromiso real con la igualdad”, porque desde pequeño a través de todo su entorno está aprendiendo lo contrario.

No quiero que, por el hecho de ser hombre, sea automáticamente tachado de machista, ni que se juzgue a sí mismo como tal.

Al contrario, estoy convencido de que ambas cuestiones generarían en ellos debilidades y prejuicios que les impedirán desarrollarse plenamente y en libertad.

Pero aunque mi ideología coincidiera a pies juntillas con el programa ‘Skolae’ no sería justo imponerla en el currículo escolar del resto de familias.

Porque hay una cosa que se llama libertad en la que la sra. Barkos y sus socios han demostrado no creer en absoluto. Lo contrario, es imponer el pensamiento único.