Fin de ciclo

Estamos ya en el final de un ciclo que ha durado apenas dos años. Apenas dos años después del cacareado cambio, lo que está ocurriendo en Cataluña supone de facto el fin del cambio. Hasta aquí llegaron las riadas o, como está de moda decir ahora, las “mareas”.

Cataluña es el punto y final de una forma inviable de entender la política, la demostración de que el incumplimiento de la legalidad no genera ningún rédito, de que el que se salta la ley, y sobre todo la Constitución, lo acaba pagando también en el sentido literal del término “pagar” ante la avalancha de empresas que se marchan por culpa de Puigdemont y sus socios.

En Cataluña se ha demostrado, además, que quienes quieren expresarse con libertad no son sólo los de un lado, no son sólo los independentistas. Los que salieron a la calle defendiendo la Constitución y la unidad de España ya no van a callar nunca, han perdido el miedo a expresarse y han roto la espiral de silencio impuesta por el nacionalismo.

Navarra, el pasado 3 de junio, venció ese temor social a significarse políticamente y salió a la calle para defender nuestra bandera frente a la agresión de quienes nos quieren imponer la ikurriña.

Tampoco han callado en Pamplona los padres y madres que no aceptan la imposición para sus hijos de un modelo de Escuelas Infantiles que nunca eligieron, como tampoco callan los que no comparten la amabilización del Ensanche o la remodelación de Pío XII sin contar con su opinión incluso queriéndoles engañar con una falsa participación cuando todo está ya decidido.

La sociedad ha dado un paso adelante, en Pamplona, en Navarra, en Cataluña y en España entera y reacciona ante el populismo y el radicalismo separatista que, por encima de todo, nos quiere organizar la vida a su manera por encima de nuestro bienestar y nuestra libertad.

Por eso el publicitado cambio ha llegado a su fin.

Sin embargo, aunque ya está en marcha la vuelta a una “nueva normalidad”, no se pueden echar en saco roto las razones de ese cambio de cuyo fracaso debemos sacar también conclusiones. Porque si el viejo cambio ha muerto, sus razones perduran.

El paro, la corrupción y una forma de hacer política muy distante de los problemas reales de la gente se tradujeron en un importante apoyo electoral a Podemos que, como era de esperar, para llegar al poder se alió con los nacionalistas dando un vuelco a las habituales mayorías.

El voto le llegó a Podemos por el lógico malestar de jóvenes y mayores, unos por su falta de futuro y otros por la falta de futuro de sus hijos y nietos, pero su acción política se olvidó de inmediato de ellos y se centró en exclusiva en acabar con nuestro sistema democrático, empezando por destrozar a sus socios políticos, a los que han ido devorando poco a poco.

La CUP en Cataluña ha reventado a la todopoderosa Convergencia y Unió, ahora PDeCAT, y Podemos ha acabado con Izquierda Unida como en Navarra lo ha hecho con IE y como Bildu acabará con Geroa Bai.
Y entre Bildu y Podemos ganará el que se muestre más radical ante el electorado por el que pelean, que es el mismo.

Los partidos constitucionalistas tenemos ahora la oportunidad de corregir lo mal hecho, insuflando un aire fresco a la política que no pasa tanto por acabar con los viejos políticos (muchos de los cuales se han comportado de manera admirable ante el golpe de estado a cámara lenta de Cataluña), como por acabar con los viejos vicios en la forma de hacer política.

Los populismos y los nacionalismos no tienen futuro, porque son política vieja.

El objetivo es reducir hasta eliminar la sangrante desigualdad social que nos acosa y que la preparación y esfuerzo de los jóvenes tengan recompensa. Los jóvenes quieren trabajar para ser solidarios, pero quieren hacerlo con el pago de sus impuestos y lograr así unas auténticas políticas sociales y garantizar las pensiones de sus padres y abuelos. Los jóvenes no quieren subsidios, quieren trabajo estable. Quieren futuro.

Si Podemos llegó haciendo demagogia por el paro, la corrupción y la mala política, ya sabemos cuál es el camino para que no vuelvan: Empleo, transparencia y cumplimiento de la ley frente a toda corrupción y una política que no sea el problema sino la solución de los problemas.

Si para muchos el 15 M era el final de la política, ahora se ha demostrado que la “no política” sólo ha traído problemas hasta poner en jaque el modelo de estado. Debe ser el momento de la Política.

Los políticos tenemos un gran reto y debemos adoptar un compromiso firme: entender que el paso al frente que ha dado una sociedad, la española, que ya no se calla y que toma la iniciativa en los asuntos que de verdad le preocupan, ya no tiene marcha atrás. Y por eso, ya nunca más permitirán que les decepcionemos.

Ese es el cambio del cambio que ya se ha puesto en marcha y que ya es irreversible. Toca reconstruir el futuro.